Ahora que ya conocéis Calton Hill en el presente es momento de contar como fue en el pasado. Hoy en día se ubica en el centro este de la ciudad de Edimburgo, pero no siempre fue así.
Hace algún tiempo, unos cuantos siglos atrás, la población de Edimburgo se recogía en lo que hoy es la Old Town, entonces la ciudad estaba amurallada y la colina quedaba allá a lo lejos, solitaria y oscura. La gente de aquella época, la llamaba "la piedra negra" ya que era tenebrosa, oscura y muy peligrosa.
Dice la leyenda que los habitantes, ignorantes, creían que la colina era la puerta al otro mundo, ya que se creía habitada por antiguas criaturas de la mitología
celta, seres demoníacos que engañaban a hombres y mujeres y les daban caza, para luego devorarlos en su guarida. Por otro lado, La Iglesia de la época difundía la certeza de que era un lugar maldito, cosa que ayudaba más si cabe a creer en ello.
Algunos años más tarde, este lugar dejaría de ser recordado como "la piedra negra" y pasaría a llamarse "la colina negra", pero no por su aspecto sino por su utilidad adquirida, ya que entonces la colina pasaría a ser empleada para la quema de brujas.
La llamada caza de brujas por excelencia se llevó a cabo a comienzos de la Época Moderna. La persecución era sólo
en parte una acción eclesiástica contra la herejía, principalmente se
trataba de un fenómeno de histeria colectiva contra la
brujería, que convirtió la magia en un delito y tuvo como consecuencia
recriminaciones, denuncias, procesos públicos en masa y ejecuciones.
Solía sospecharse de brujería en mujeres viejas y en las personas
socialmente más débiles. A menudo bastaban rumores o denuncias para
poner en marcha el proceso judicial. Tan solo el hecho de ser señalada por un niño en la calle era suficiente y por si eso fuera poco, ser pelirrojo, tener alguna marca de nacimiento o una verruga bastaba para ser sospechoso. (Imaginad la de pelirrojos que debían haber en Escocia por aquel entonces..)
Cuando corría el rumor de que había una bruja, lo primero
que había que hacer era demostrarlo, y la tortura que en ocasiones llevaba a
conseguir falsas confesiones, era la manera de demostrar la culpabilidad o la inocencia
del acusado en cuestión. Para ello no faltaba creatividad, me voy a ahorrar algunos
de los detalles, pero sin duda uno de los más populares era arrojar al acusado
al Nor' Loch (el lago que había bajo el castillo al cual se lanzaban los
desechos de la ciudad). Ni que decir tiene que el contenido del “lago” era de
todo menos salubre. Si se ahogaban, se comprobaba que decía la verdad y no era
hijo del diablo y si flotaban, algo muy común entre las mujeres dado que
llevaban densos ropajes y amplias faldas que creaban una campana de aire y les
ayudaban a emerger y ayudadas también por la consistencia de las “aguas del
lago”, en ese caso, una vez confirmado que se encontraban frente a una bruja,
se llevaba a la misma a la hoguera.
Y para hacerlo todavía más dramático, en el caso de que la acusada flotara, hermanas, primas o incluso las madres le tiraban piedras para que se hundiera, ya que después de la hoguera, todos los ojos irían a fijarse en los familiares de la bruja, porque, si ella era bruja, ¿por qué no iban a serlo también su madre o sus hermanas?
En la década de 1820, el Nor' Loch fue drenado (ya no ofrecía utilidad como herramienta defensiva y se había convertido en una fuente de enfermedades y malos olores) para crear lo que hoy se conoce como los Jardines de Princes Street donde se hallaron más de trescientos cadáveres.
Existe un monumento de piedra que data de 1727 para conmemorar la última quema de brujas en Escocia. Nueve
años después de esta última muerte las leyes de la brujería fueron
derogadas, convirtiéndose en ilegal la ejecución
de cualquier persona por su presunta brujería.